El peso de las lentejuelas y la ligereza de la memoria: De la intimidad a la resistencia colectiva Artes Visuales Por Elizabeth Carmona En el vibrante escenario artístico de Valparaíso, las exposiciones de Daniela Bertolini y Rodrigo Gómez Rovira trascienden la contemplación pasiva, convirtiendo el arte en un espacio de reflexión activa y transformación social. Abiertas al público durante enero de 2025, ambas muestras dialogan con problemáticas urgentes como la memoria histórica y la violencia de género, invitándonos a preguntarnos: ¿qué significa habitar el arte en un mundo atravesado por opresiones estructurales? Rodrigo Gómez Rovira rompe con la noción tradicional de obra como objeto contemplativo. Su exposición incluye fotografías, los sillones de la casa de su abuela, un tocadiscos y su taller abierto, transformando la experiencia artística en un espacio habitable. El espectador deja de ser un observador pasivo para convertirse en participante, interactuando con el entorno, sentándose, escuchando música y habitando el arte como un lugar de pertenencia y reconstrucción emocional. Gómez Rovira reflexiona sobre la memoria a través de la figura de su padre, un artista exiliado durante la dictadura chilena. Para Paul Ricoeur, “la memoria no solo preserva el pasado, sino que funda nuestra identidad” (*La memoria, la historia y el olvido*, 2000). Así, el espacio que habita el espectador se convierte también en un refugio para la reconstrucción de una memoria colectiva. Por su parte, *Muñecas House*, de Daniela Bertolini, es un grito visual contra las imposiciones patriarcales que moldean la vida de las mujeres. La instalación incluye zapatitos, electrodomésticos y una casa de muñecas cubierta de lentejuelas, resignificando símbolos del hogar como espacios de opresión. Su proceso creativo, detallado y ritualista, evoca lo que Silvia Federici describe como “el trabajo doméstico como base de la subordinación femenina” (*Calibán y la bruja*, 2004). Bertolini utiliza su experiencia personal de ruptura matrimonial para conectar con una narrativa colectiva que cuestiona la familia patriarcal como modelo universal. Esto plantea una interrogante crucial: ¿puede lo íntimo romper las narrativas de opresión estructural? Ambas exposiciones, aunque distintas en enfoque, convergen en su capacidad para evidenciar cómo las violencias personales son reflejo de estructuras sociales más amplias. Desde distintas perspectivas, Bertolini y Gómez Rovira nos enfrentan al desafío de repensar el papel del arte como herramienta para sanar heridas y cuestionar nuestra posición como espectadores. En Valparaíso, estas propuestas nos recuerdan que el arte no solo se contempla, sino que se habita. Temáticas como la memoria y la violencia de género, urgentes y necesarias, exigen que nos comprometamos activamente con sus reflexiones. Las obras de ambos artistas nos invitan a recordar y transformar, mostrando que en los espacios habitados por el arte también hay lugar para la resistencia.