Por Victoria Díaz Cornejo

 

En una esquina del concurrido Cerro Concepción, específicamente en la calle Galos se encuentra la Galería Galia, una extensión de la galería Bahía Utópica, ubicada en calle Almirante Montt del mismo cerro. La puerta está abierta y al lado, un cartel pintado a mano que avisa en mayúsculas: AQUÍ HAY FOTOGRAFÍA. El enunciado no puede ser más concreto, si queremos ver fotos, hay que entrar. Al pasar esto se confirma; las murallas  de la sala exhiben marcos con fotos de diferentes tamaños y temáticas, fotos de Valparaíso, de algún lugar nevoso, retratos, edificios, mar, barcos, cielos, entre otros. Nos recibe cálidamente el artista fotógrafo y, por qué no decirlo, también curador de esta muestra temporal, Rodrigo Gómez Rovira, quien cálidamente responde nuestras preguntas y cuenta sobre su trabajo y su historia. Estas aristas están profundamente conectadas y es posible verlo en el mesón principal, donde expone en diferentes formatos su trabajo a lo largo de los años. Un ejemplo es REPERTOIRE, un libro recopilatorio de imágenes tomadas por su padre, quien fuera exiliado político durante la dictadura cívico-militar. O ANVERS1998VALPARAÍSO, que nos cuenta a través de fotografías del autor y relatos varios, el viaje desde el puerto de Anvers en Bélgica hasta Valparaíso en un buque marinero, luego de vivir 22 años en Francia, producto del mismo exilio de su padre. Ambas publicaciones, entre otras exhibidas, nos sitúan en momentos cruciales de su vida y son ejemplo de cómo los contextos sociopolíticos atraviesan a las personas y marcan nuestras formas. Es imposible hablar de su obra sin hablar de su vida, las fotografías están cargadas de biografía y tiempo. Por lo mismo, no es una coincidencia que en la última versión del Festival Internacional de Fotografía de Valparaíso (FIFV) en donde se desarrolla como director artístico, la temática fuera ¿Cuándo una fotografía pierde la memoria?

 

EL ESPACIO 

Al fondo de la sala hay un piano, un tocadiscos, vinilos, una mesita de centro y los sillones de su abuela, todo dispuesto para ser usado y compartir. Y así es, pues todos los sábados se realizan actividades abiertas a todo público en la galería, las que consisten de una sesión musical de artistas locales. Al otro extremo, una suerte de taller donde está la máquina de escribir, llápices y pinturas rojas que dan vida a algunas de sus obras. Esta disposición no es azarosa: como en la fotografía, en la sala misma está el ímpetu por permanecer en movimiento, de vivir a través de su arte y las conexiones sociales que este permite. Un espacio en movimiento enriquecido por el flujo de público y artistas. Como sus publicaciones, la galería es un espacio íntimo que posibilita el diálogo entre la historia contada y el presente. 

Lo que me importa es estar vivo, nos dice Roberto mientras presenta una de las ediciones del mesón, y simplemente tiene sentido, el arte y el espacio, la Sala Galia, se convierten en un contenedor de experiencia a través de sus fotografías y también con la visita misma, que abre espacio a la  conversación y el compartir.