Por María Hernández Fernández*

Confieso que cuando supe de Cordel no tenía mucha fe. Lo visualizaba más como un taller que como una “obra en sí” merecedora de estar en un Festival de Artes (aunque muchas actividades tuvieron cabida en un festival con una curaduría que pasó desapercibida). Sin embargo, en la práctica, los resultados me hicieron ver lo contrario.

Cordel es una intervención encabezada por  el periodista y músico Pablo Morales que se encuentra entre el arte y la mediación artística, en la que se ocupan disciplinas artísticas propias de otra época para narrar asuntos del presente. En los talleres se implicó a los vecinos contando sus historias y vivencias, y transcribiéndolas en verso, convirtiéndolas en arte. Desde el feminismo, hasta el transporte público, pasando por otros problemas políticos de la ciudad de Valparaíso, fueron temas narrados en décima e ilustrados en grabado, para después ser entonados por un intérprete al más puro estilo del canto a lo poeta.

Existe un símil cuasi poético entre la ubicación de la intervención y la misma. La plaza Echaurren resulta un escenario propicio para el desempeño de la actividad por ser un emplazamiento popular que forma parte de la cotidianidad del Valparaíso fundacional, pero olvidada por el Valparaíso moderno. El canto a lo poeta y la plaza Echaurren son hermanas en la inadvertencia; desempolvadas únicamente cuando los “actuales” queremos recordar otros tiempos, me atrevo a decir que de una forma egoísta: lo hacemos en contadas ocasiones y para limpiar nuestra conciencia cultural como si de una obra caritativa se tratara. Pocos son los que siguen viviendo esa realidad, tan pocos que los llamamos “tesoros humanos vivos”.

Lo planteado me lleva a otra reflexión. No puedo dejar de comparar distintas atmósferas. Los cantos y bailes tradicionales de otros países como el tango, la cumbia, la salsa, o el flamenco, siguen vivos, siguen formando parte de la popularidad, se transforman al tiempo que evoluciona la sociedad, fusionándose con otros estilos musicales, reinventando ritmos y melodías. Por el contrario, el folclore chileno está congelado, se interpreta con frecuencia actualmente, pero, excepto en pocas ocasiones, no se reinterpreta, no cambia, no se adapta a la sociedad moderna.

Cordel es una invitación a hacerlo. Es una invitación a estimular el género musical tradicional, a crecer hasta el punto de reconformarse como estilo, de reinsertarse en la sociedad, y de replicarlo en otras instancias. Es una invitación digna de aceptar y a la vez un gran desafío: entender que no sólo debemos conservar el patrimonio inmaterial, sino, también revivirlo.

*Licenciada en Historia del Arte por la Universidad de Murcia, Máster en Artes Visuales en la Educación: Un enfoque construccionista, por la Universidad de Granada. Alumna del III laboratorio de Crítica Cultural de Balmaceda Arte Joven Valparaíso.