por Kathia González C

 

El concurso Nacional de Arte joven de la Universidad de Valparaíso tiene la cualidad de permitir leer el arte emergente en Chile.  Desde sus inicios, esta exposición ha buscado destacar a las nuevas generaciones de artistas, ofreciendo un espacio para aquellos que están dando sus primeros pasos en su trayectoria.  Pero cabría cuestionar la idea de arte joven que propone este concurso. Las bases del certamen son esclarecedoras si se busca una delimitación en su visión.  Las obras participantes deben ajustarse a medidas específicas (no deben ser frágiles, ni picudas, etc) y no consideran formatos como el performance, video o propuestas intermediales. Esta decisión no solo simplifica la exhibición sino que también plantea una interpretación del arte joven desde lo tradicionalmente exhibible.  Esto refleja, quizá, una visión académica del arte emergente, una que privilegia la técnica y el formato por sobre las propuestas experimentales o fuera de la norma. 

Los jurados encargados de la exposición 2024 estuvo compuesto por los artistas Gustavo Ávila, Daniela Bertolini e Isabel Cauas.  Estos aportaron una perspectiva de una voz experta y, gracias a sus trayectorias, les permitió evaluar con rigor técnico y conceptual.   Sin embargo, podemos notar que está visión no está necesariamente ligada a la experiencia de quienes participan.  Aquí surge una propuesta: qué pasaría si se sumará un cuarto jurado, uno que sería el último ganador o ganadora del concurso. Este miembro podría ofrecer una mirada más cercana al contexto de los jóvenes participantes, aportando frescura en el proceso sin quitar la experiencia que puede ofrecer lo académico.  

Dicho lo anterior, recorrer la exposición deja entrever una narrativa de una juventud contenida, más vinculada a la búsqueda de la mentada profesionalización del arte, su visibilidad y legitimidad. Este arte joven parece ser entendido como el primer paso hacia la consolidación dentro de un sistema artístico chileno que valora la claridad conceptual y la técnica.  Es una perspectiva interesante, pero más cercana a la academia que a las expresiones libres y espontáneas que muchas veces asociamos con los jóvenes. 

El concurso Nacional de Arte joven 2024, si bien ofrece un espacio de visualización de artistas emergentes, lo hace dentro de un marco que limita la experimentación.  Al privilegiar ciertos formatos, y operar bajo ciertos márgenes establecidos por la academia, se corre el riesgo de encasillar a los jóvenes artistas en límites que son puestos por personas que o ya pasaron por la etapa de experimentación o ya no tienen relación con esa primera parte del arte.  

Una solución tentativa es flexibilizar las bases del concurso, incorporando categorías para formatos experimentales como la performance o el videoarte.  Esto permitiría acoger una mayor diversidad de propuestas y dar cabida a discursos más distintos.  Asimismo, incluir un jurado rotativo que integre artistas jóvenes o ganadores recientes para aportar una perspectiva más fresca y cercana a los participantes, esto podría complementar los conocimientos académicos que conforma el resto de los jurados. 

Repensar este certamen no solo como una entrada al sistema artístico chileno, sino como un espacio que fomente la libertad creativa sin márgenes estrictos.  Esto permitirá que las nuevas generaciones se expresen libremente sin restricciones.  Porque el arte joven no debe ser una sombra del pasado: sino, una nueva luz por descubrir.