por Javiera Arrate

 

“Antes pensaba que el arte era para personas con plata, que era difícil acercarlo a la gente, pero me di cuenta que puede ser para todos”, dijo Mon Laferte al The Clinic el año pasado cuando estaba a punto de inaugurar su primera exposición como artista visual. Apenas llegué a la exposición en el Parque Cultural de Valparaíso la experiencia comenzó con la negligencia de que compré dos veces la entrada y jamás me entró un correo de Punto Ticket, un golpe antes de entrar: “no se hace devolución del dinero”. 

La masividad de la artista musical podría haber acercado a un público más diverso, al que usualmente se interesa por el arte contemporáneo. Pero creo que los $5.000 que cuesta la entrada serán destinados por muchos para otros fines, acorde a que vivimos en la región con mayor cantidad de campamentos del país.

A la salida puedes comprar un poster o una libreta, no me extrañaría ver uno de esas dibujos en un tiempo más plasmado en alguna polera del retail con un Te Amo o incluso un perfume, circulando con una abultada campaña de marketing aludiendo al amor propio, que es uno de los contenidos que la artista busca abordar. Tan transado en el mercado los últimos años y ella no lo hace distinto, lo hace de forma liviana, como si esperara calar en las mujeres con estas frases panfletarias y que ellas se rebosen de amor propio, de todas formas me encantaría que lo lograra. 

Destaco la serie llamada Cerro Cárcel, donde toma testimonios de historias de mujeres privadas de libertad en Valparaíso, exclusivamente por darle visibilidad a una temática que va más allá de ella misma. Lástima que solo las conoció por Zoom. Leo una frase sobre una de estas pinturas que dice “sin locura no hay libertad”. Las mujeres también han sido encerradas y privadas de libertad en los psiquiátricos, tal como narra Kate Millet en su Viaje al manicomio, donde la teórica feminista vive aterrorizada de ser encerrada una vez más. Si vamos a hablar de locura y feminismo, pienso que cabe al menos preguntarse qué es. 

De entrada te pautean que tienes que hacer el recorrido en máximo una hora. La muestra comienza con fotos de su infancia y un rayado de rojo en la pared que reza: “Creo que el sufrimiento o dificultad de un artista no le agrega valor a su obra”. A pesar de que me parece discursivo que no tenga estudios formales y es un trabajo naïf, no puedo obviar que esta exposición es posible porque tiene plata y logra montar esta muestra gracias a un equipo y sus posibilidades. Una realidad dramáticamente distinta a la de los artistas que si vemos en el paisaje cotidiano de Valparaíso. 

Otro escrito ubicado arriba de la definición de la palabra amor dice “Tuve miedo, pero no quiero que nunca más ninguna mujer tenga miedo”. Abajo de la definición de amor  “yo te amo, tú me amas, nosotras te amamos”. Si Mon, es verdad todas te aman, pero este discurso es todo lo alejado a rupturista, es simplista y no alcanza a atravesar sobre lo que históricamente nos ha sido expropiado a las mujeres. Todas las feministas soñamos con un mundo mejor para las mujeres. Me imagino estas frases en gráficas de redes sociales de coaches de amor propio diseñados especialmente para mujeres. Otra expone “no quiero ir por la vida pidiendo disculpas por ser mujer”. 

En el alzamiento de su biografía que nos recibe tal enciclopedia al comienzo del recorrido, vemos fotografías de su adolescencia que me remiten a recordar a Sade y Shakira. La camaleónica artista primero me sonó a Violeta Parra, ahora a Marilyn Monroe, rubia a la que identifico de fondo en una escena de su documental proyectados en la sala, los audífonos para escuchar no funcionan por lo que te sugieren verlo en Netflix. 

Hay unas fotos glamurosas y enormes de ella en eventos como los Grammy,  También exhibe vestuarios que ha usado para el festival de Viña y su matrimonio. Me acerco a una vitrina de la que no se ven grandes detalles, me esfuerzo en lograr ver. Dos galvanos de su niñez en Viña. La primera parece ser un reconocimiento de un festival del cantar de algún establecimiento de Santa Inés, la otra un marco con una placa dorada que no tiene nada escrito solo destaca el signo de Coca Cola y el slogan “la bebida oficial del verano”. 

Hay una libreta abierta que presenta escrito en todo el espacio de las hojas y varias veces “te amo Joel, te amo Joel, te amo Joel…”. Resabios de un amor adolescente del que pocas referencias tenemos y tampoco me interesan en realidad a estas alturas las obsesiones amorosas adolescentes. También hay una polera de tela brillante corta, un pony, entre otros chiches. Me recuerda cuando vi a través de una vitrina una cartera de Javiera Carrera, pero a Carrera y Laferte las separan más de 200 años. 

La artista también definió su obra como un apapacho, pero los escritos de puño y letra con faltas ortográficas están lejos de abrazarme. Menos las figuras a las que denominó Enormes seres, cuyos escritos no alcanzo a leer porque la norma es estar a dos o tres metros de distancia. Mientras recorres la sala suena un susurro en loop que reitera te amo, te amo. Qué peligrosa me parece la imposición y masificación del mensaje de amarse a sí misma sin profundidad alguna. 

El arte visual no tiene aún un reality show pero esta exposición me confirma que la artista chilena – mexicana pudo pagar por el sueño de la artista interdisciplinaria y cautivar aún más a sus clientas al aproximarse en este nuevo formato, transmitiéndoles que si creen en ellas y se esfuerzan lo suficiente pueden cumplir todos sus sueños.